Decir que “la memoria y el
pensamiento en la vida diaria no están separados de la acción, sino que son
parte de ésta” (Scribner, 2002), nos sitúa en un análisis del pensamiento desde su lugar de producción. Es decir, in situ. Esto inevitablemente pasa por
alejarnos de las condiciones controladas del laboratorio y acercarnos al mundo
real en el que se produce la actividad psíquica. Lo que sugiere una primera
crítica a las teorías tradicionales del pensamiento, calificadas como “descontextualizadas”, desde el momento
que éstas adquieren una lógica positivista centrada en la investigación
empírica de carácter experimental cerrado a las condiciones de laboratorio. Y que, a la hora de extrapolar estos resultados a contextos informales, como los
de la vida diaria, pueden generar dudas en cuanto a su grado de validez.
Adicionalmente, concebir el pensamiento como parte de la acción, implica
destacar el carácter socialmente
construido de los procesos cognitivos. Es decir, estudiar las condiciones
sociales de posibilidad del pensamiento humano: las tareas cognitivas no se
entienden como un fin en sí mismas, sino como medios para conseguir una serie
de objetivos y propósitos, a través de una serie de tareas que se llevan a cabo
en una interacción constante con los recursos sociales y materiales (Scribner, 2002).
Dos consecuencias resultan de la construcción social de los procesos
cognitivos. Uno: abandonar la concepción del pensamiento en clave
individualista extrema, que puede llevar a la metáfora conocida como “la mente
como computador” al que se le exigen una serie de requisitos cognitivos para
afrontar las exigencias de la realidad externa. Y, dos, acercase a
planteamientos que entienden que las funciones psicológicas superiores están
culturalmente y sociohistóricamente determinadas, como apuntaba Vigostky, y que
aparecen dos veces y en dos planos diferentes: surgen en la esfera social como
dispositivos intersubjetivos, y aparecen en la esfera psicológica como
mecanismos intramentales interiorizados (Domingo, 2013).
De lo dicho en el párrafo anterior, parece clara la propuesta de
pasar de un individualismo metodológico, característico de la tradición
descontextualizada de las teorías del pensamiento, a un holismo metodológico, en el que “el
acto de pensar es un acto significativo susceptible de interpretación
contextual” (Domingo, 2013). Lo que se pretende con esto es relacionar las
habilidades mentales como el pensamiento, con las actividades organizadas
culturalmente, como la práctica; entendiendo
la práctica, como una actividad construida socialmente que comprende dominios
de conocimiento necesario y sistemas de símbolos, y que se convierte en objeto
de estudio (Scribner, 2002). En este sentido, la observación se adivina como un
método necesario para este propósito con el fin de describir y analizar el
conocimiento y las habilidades cognitivas (como el pensamiento) en la ejecución
de una tarea. De esto subyace el papel importante que adquiere la metodología cualitativa, que sustituye o complementa la cuantitativa, más
propia del paradigma positivista, y caracterizada por un carácter eminentemente
normativo, que deja de lado los aspectos descriptivos del pensamiento
contextualmente situado a través del análisis de la práctica cotidiana.
Por último, tal y como pone de relieve Scribner (2002), cuando se
acerca al estudio del papel formativo de la cultura en el desarrollo cognitivo,
a través del impacto cognitivo de otras instituciones educativas como la
capacitación a los aprendices y la instrucción por tutorías en las artesanías y
los oficios, o las consecuencias cognitivas del alfabetismo; se pretende buscar
qué factores del contexto, dispositivos y mecanismos mediadores, son
pertinentes en la modulación de las habilidades cognitivas, como el
pensamiento. Consecuentemente, se produce una ruptura con la filosofía cartesiana que concibe
la psicología desde un marco mentalista, racionalista, internalista e
individualista, y que deja la puerta cerrada al contexto.
Por tanto, en base a las cuestiones que hemos ido presentando
a lo largo de este pequeño artículo en el que se han relacionado los objetivos de
la psicología del pensamiento humano desde un punto de vista contextual, con
fragmentos de la investigación llevada a cabo por Scribner (2002); y contraponiéndoles a algunas de las críticas del pensamiento descontextualizado, el horizonte que abre este
nuevo paradigma, que rompe con el positivismo dominante desde la génesis de la psicología, es muy sugerente de cara a la
investigación: si bien el positivismo, en última instancia, busca la generación
de “leyes universales”, que
encuentran dificultades de validez una vez que salen del contexto del
laboratorio y se intentan aplicar a la vida cotidiana, el paradigma contextual, perderá esa pretensión de
universalidad, pero el alcance de sus estudios a nivel micro, pueden analizar y
describir con mayor precisión y detalle habilidades cognitivas como el
pensamiento.
Domingo,
J. M. (2013). Pensar en contexto. Hacia una psicología del pensamiento
contextualizado. Psicología del
pensamiento. (pp. 5-26). Barcelona: FUOC.
Scribner,
S. (2002). La mente en acción: una aproximación funcional al pensamiento. En
C.Cole, Y. Engeström y O. Vásquez (Coord). Mente,
cultura y actividad (pp. 291-294). México: Oxford University Press.